Francisco Vigueras Roldán
Asociación Granadina Verdad, Justicia y Reparación
Un año
más, nos ponemos en marcha por la carretera de la costa, desde Málaga hasta
Almería, para rendir homenaje a las víctimas de la desbandá, uno de los episodios más dramáticos de la Guerra Civil que está
recuperando la Dirección General
de Memoria Democrática, con la colaboración de los colectivos memorialistas. Se
calcula que en los bombardeos perdieron la vida de 3.000 a 5.000 personas, que
por fin, 77 años después de aquel crimen contra la humanidad, han sido
dignamente enterradas en un mausoleo del cementerio de San Rafael, en Málaga.
Sin embargo, resulta inaceptable que un criminal de guerra como el general
Gonzalo Queipo de Llano, instigador de la masacre, siga enterrado con honores
en la Basílica
de la Macarena
Todavía
se recuerda la infame soflama del general golpista desde Radio Sevilla, en
febrero de 1937, que provocó la “desbandá” y ha pasado a la historia como
ejemplo de terror radiofónico: “Nuestros valientes Legionarios y Regulares –vociferaba
por el micrófono- han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser
hombre de verdad. Y, a la vez, a sus mujeres. Esto es totalmente justificado
porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora, por lo
menos, sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van
a librar por mucho que berreen o pataleen”.
La guerra
psicológica del general desató tal pánico colectivo en Málaga, a punto de ser
tomada por los franquistas, que más de 100.000 personas se lanzaron con lo
puesto a la carretera por temor a las represalias que anunciaba por radio. Las
amenazas de Queipo se confirmaron cuando las personas que huían de Archidona, Antequera
y Ronda, ya en poder de los sublevados, llegaban a la capital malagueña con
noticias aterradoras sobre saqueos, asesinatos y violaciones por parte del
Tercio de regulares.
Pero el general
golpista no se conformó con jalear las represalias, se ensañó también con la
población civil que abandonaba Málaga por la carretera de la costa. Cuando era
bombardeada desde los buques franquistas, con el apoyo de la aviación nazí,
Queipo de Llano se permitió bromear: “Grandes masas huían a todo correr hacia
Motril. Para acompañarles en su huida y hacerles correr más aprisa, enviamos a
nuestra aviación, que los bombardeó”.
El
diario británico The Manchester Guardian informó así sobre aquel dramático
éxodo: “Pronto se convirtió en una sangrienta realidad. El camino se tornó en
un infierno bombardeado por los barcos fascistas españoles y los aviones
alemanes e italianos. Pronto el camino quedó cubierto de muerte. Se fueron
abandonando enseres y bultos, y cuando la comida empezó a faltar, la marea de
refugiados arrasó los campos de caña de azúcar. Los pueblos por los que pasaban
se negaban a ayudarlos temerosos de futuras represalias. Muchos de ellos
murieron en las cunetas…”.
Disponemos
también del testimonio de Arthur Koestler, corresponsal del Daily Worker, que
nos dice: “El río de refugiados se dirige a una trampa mortal. La carretera
está todavía abierta, pero bajo el fuego de los barcos de guerra y de los
aviones que ametrallan a los refugiados”. Y el investigador Adolfo Sánchez Vázquez
describe cómo el sufrimiento hizo enloquecer a muchas personas: “Como fantasmas
en la noche última se arrastran los cuerpos con los pies sangrando, los
pulmones secos y las bocas jadeantes, aunque también hay algunos que avanzan
como autómatas, pronunciando palabras incoherentes, ya fuera del reino de la
cordura”.
Aunque el relato más desgarrador es del médico canadiense Norman
Bethune, que nos dejó un documento gráfico escalofriante. Apenas conoció la
noticia, viajó con su ambulancia desde Almería a Málaga para socorrer a los
refugiados. Bethune anotó en su diario: “Yacían hambrientos en los campos,
atenazados, moviéndose solamente para mordisquear alguna hierba. Sedientos,
descansando sobre las rocas o vagando temblorosos sin rumbo. Los muertos
estaban esparcidos entre los enfermos con los ojos abiertos al Sol”. Norman
Bethune tiene ya una merecida placa en el Peñón del Cuervo, que recuerda el
comportamiento heroico de este médico canadiense que socorrió a las víctimas de
la “desbandá.