Los Despachos.

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martes, 15 de marzo de 2016

En Los Muros de la Memoria



Gironella habló de un millón de muertos en nuestra Guerra Civil y la investigación posterior calcula una sobre mortalidad de 540.000 y de 576.000 de caída de la natalidad en ese evento. La posterior represión puede cifrarse en 200.000 de las cuales en retaguardia 50.000 y en zona nacional 100.000 personas habrían sido asesinadas. A ellas hay que añadir 50.000 ejecuciones en la represión franquista subsiguiente. En 1940 había más de 270.719 reclusos en las cárceles del Régimen. En la provincia de Córdoba se calcula que 9.652 personas fueron asesinadas durante la guerra.
Estas estimaciones aún están sometidas a revisión. Las víctimas producidas por el bando republicano han sido bien identificadas y reparadas mientras que las producidas por el bando sublevado han sido ignoradas y mancilladas en la larga noche de la dictadura franquista y a día de hoy adolecen de serias dificultades para su cuantificación e identificación. España con más de 114.000 desaparecidos es el segundo país del mundo tras Camboya en el ranking de las desapariciones forzadas. En Córdoba capital hubo 109 detenidos por Bruno Ibáñez en una semana. Todos los días había ejecuciones en el cementerio y en las carreteras que salían de la ciudad.
Además durante la dictadura franquista España se convirtió en una enorme prisión. La utilización de los reclusos como esclavos productivos, el secuestro y robo de bebés, los procedimientos penales sumarísimos con ejecuciones criminales y arbitrarias, los campos de concentración, el destierro en España y el exilio fuera de ella configuran un periodo de odio y exterminio que nos dan pie para hablar de un holocausto genocida.
La eliminación sin escrúpulos ni vacilación de todos los que no piensen como nosotros”, en palabras del director del golpe de 1936 General Mola, establece la directriz genocida que define el holocausto español. Se quema entero (eso significa holocausto), se sacrifica a todos los que no piensan como nosotros. Y esa acción, en tiempo de guerra y/o paz, la intención de destruir en todo o en parte un grupo nacional tipifica el delito de genocidio establecido por la ONU en 11Dic del 1948. La aniquilación de ese colectivo “que no piensa como nosotros” fue la tarea a la que tenaz e implacablemente se aplicaron los verdugos sublevados. “El holocausto españo”l es la denominación que Paul Preston ha consagrado en un libro homónimo en el que estudia la realidad que referimos.
Son autores de genocidio no solo los autores materiales, sino los que tomen acuerdos y los que inciten a él de forma pública. También es punible la tentativa y la complicidad. Y se concretan los hechos constitutivos de ese delito: muerte violenta, atentado grave a la integridad física o mental, sumisión del grupo a condiciones de existencia que acarreen su destrucción física total o parcial, las medidas tendentes a disminuir los nacimientos o el traslado forzoso de niños de un grupo a otro. España se adhirió al Acuerdo en 1968 y en 1971 incluyó el delito de genocidio en su Código Penal.
En este fuego ardió el colectivo de “los que no piensan como nosotros” al que se referían los golpistas. Y si bien a lo largo de la contienda los dos bandos instigaron al odio que condujo al exterminio del contrario, será el vencedor y la represión desatada en la posguerra a quien corresponde la palma. Ese afán exterminador de los rebeldes, el programa de terror y exterminio llevado a cabo para imponer la victoria fue implacable y larguísimo. Maestros de escuela, masones, izquierdistas, republicanos, médicos, abogados, sindicalistas, mujeres, todos los que estigmatizados por su ideología republicana y de izquierdas eran sospechosos de propagarla. También los por si acaso sirvieron de escarmiento.
Hasta 1985 el gobierno no emprendió acciones para proteger los archivos del país. Millones de documentos se perdieron en ese interregno. Por eso los muertos siguen en las cunetas y en las fosas comunes entre la incuria y el olvido. Por eso están esas personas desaparecidas a día de hoy y por eso la reivindicación de los movimientos memorialistas de recuperar la memoria de esas víctimas. Ian Gibson, en su último libro “Poeta en Granada”, dice que España no ha tenido todavía la valentía de afrontar su holocausto.
Afirma Paul Preston que una visión estadística del holocausto español es incompleta y difícilmente llegará a concluirse nunca. Además no conseguirá jamás plasmar el horror que hay detrás de las cifras: el holocausto español, nuestro holocausto. Algo que está aún por reivindicar.
Los muros de la memoria que piadosamente acogen los nombres de los desaparecidos y asesinados no son más que el homenaje que rendimos a unas personas cuyo holocausto no debe quedar en vano. Tenemos el deber de exhumar, identificar y restituir dignamente a sus herederos los restos que ahora están desaparecidos. Cuando lo hagamos los nombres que proclaman los muros serán algo más que una labor de búsqueda en archivos. Serán como decía Miguel Hernández en “Viento del pueblo” en 1937.

Caídos sí, no muertos, ya postrados titanes,
Están los hombres de resuelto pecho
Sobre las más gloriosas sepulturas”.


Esa gloria que tienen es la que aquí parece que aún les falta. Restituirla es nuestro deber. Y darle gloriosa sepultura.

Manuel Díaz Povedano

Presidente
Foro Ciudadano para la Recuperación

de la Memoria Histórica de Andalucía