Esparta fue la nación de naciones en
tanto sus ciudadanos nacían, vivían y se debían a Esparta hasta el
último aliento. Así mismo ocurría, lógicamente, con sus mujeres.
Las tierras Lacedemonias contaban con un
sistema educativo llamado Agôgê. Apenas existen datos sobre sus formas
de educar, ya que eran muy recelosos con la difusión sus costumbres y
poco dados a plasmar cultura, su existencia era asegurarse la
supervivencia en una época donde sólo la fuerza y la inteligencia bien
dirigida, podían hacerte libre
La primera lealtad de los lacedemonios, y
para la mujer, era para con la comunidad, y con su Estado, incluso por
encima de su familia o amigos.
Se educaba para la supervivencia, y sólo esa rigidez, la preservación de su tradición (nomoi)
les permitió desarrollar su orden social, su existencia y no solo su
propia supervivencia, también de la que es hoy la cultura en
occidente, sin ellos haber sido conscientes de su aportación. Todo
sería completamente distinto de no ser por la forma de educar, y de
ser, espartanas.
Las leyes, la forma de vida, la constitución en Esparta, fueron basadas en la palabra y obra de Licurgo.
Esparta, estaba llena de vicios y entregada a placeres hasta que
Licurgo llegó. Les propuso a sus ciudadanos que se dejasen de oro y de
la plata, que arrojasen los paños ricos y las mesas suntuosas; que
dejasen de andar en fiestas y sacrificios, que trabajaran y que la
fiesta fuera la guerra y el sacrificio: no morir por Esparta.
Licurgo no los quería hacer
guerreros para agredir, o buscar la guerra, él los educó así, para que a
nadie se le ocurriese ofenderles. Por ello los espartanos eran
educados como soldados, la comunidad nacional era un ejército y las
madres eran conscientes de procrear para hacer grande ese ejército.
Para su supervivencia, no solo por posibles ataques de enemigos, sino
para poder someter al gran número de esclavos que poseían (un número
superior al de ciudadanos libres), no podían permitirse el lujo de ser
débiles. Por ello los niños eran examinados por una comisión de ancianos
en el “Lesjé” (“Pórtico”), para determinar si era un hijo
digno de Esparta. La mujer asumía este hecho con naturalidad, los hijos
servían a la patria, no eran vienes privados, propios, eran ciudadanos
de Esparta. Así pues, sus hijos no podían ser una boca tan solo a
alimentar, un ser inútil y una carga para la comunidad, debían ser
dignos hijos de ellas mismas y de su tierra.
Si se le permitía la vida, el honor de
ser un ciudadano de Esparta, se le asignaba uno de los 9.000 lotes de
tierra disponibles para los ciudadanos, y sus padres podían entonces
criarlo, pero siempre con la dureza y el fortalecimiento que un miembro
de las tierras laconias debía ostentar. Ese hijo era un futuro soldado.
A los siete años, -Plutarco
indicaba cinco- niños y niñas iniciaban su educación y adiestramiento
físico a cargo del Estado. Carreras, saltos, manejo de las armas o
lanzamiento de jabalina principalmente.
Las mujeres en edad ya adolescente,
abandonaban este adiestramiento como ciudadanas de Esparta para ser
educadas como madres del mejor ejército.
La formación del ciudadano espartano era
obligatoria, se realizaba de forma colectiva, era pública y sólo para
los hijos de los ciudadanos libres. Hombres y mujeres eran educados en
el que la mayor deshonra, era traicionar esas leyes imbuidas de una
entrega abnegada hacia la comunidad y protección del orden establecido.
El desapego a lo material era
prioritario también, otro gran defecto y debilidad del espíritu humano, y
por supuesto la avaricia, por eso las monedas eran de hierro, no valían
ni lo que pesaban.
El cuerpo era una materia que tan solo
serbia para ofrecer en el campo de batalla como digno arma de defensa de
la comunidad y un medio de reproducción. No era como hoy día, objeto de
mercadeo, arma usada caprichosamente, o el ego que te ciega a la
naturaleza de las cosas.
Se era educado para servir a Esparta y su
forma de vida, en cuerpo y alma. El no casarse daba lugar a una
humillación pública, como castigo se hacía dar vueltas a una plaza. Lo
vergonzoso era no dar hijos a Esparta, no el hecho de no contraer
matrimonio en sí, la natalidad era una de las tareas pendientes de dicha
civilización.
La mujer
En Atenas la mujer no era perceptora de
formación académica alguna, solo se le enseñaba a cocinar, coser, y
cuidar niños, es decir llevar su casa. Incluso, en el reparto de la
comida la mujer recibía menos porción que el varón. En la pubertad era
aislada en casa de su padre o guardián varón hasta que se le desposaba y
era alejada de miradas de otros hombres tras el enlace, ni siquiera
podía cruzar palabra con otros varones ya que era algo deshonroso. Sin
posesiones importantes materiales, ni nada suyo, de forma oficial,
podemos afirmar que las hijas de Esparta eran tremendamente afortunadas.
En Atenas solo las prostitutas fueron famosas (hetairas), profesionales
del sexo de cierto reconocimiento y categoría en su oficio.
En la comunidad espartana, la mujer era
activa, prominente, poderosa, de mentalidad independiente y muy
habladora, de lenguaje vivaz e inteligente. Tenían posesiones propias y
de derecho, incluso tierras, pero carecía de voz propia en la Asamblea
de guerreros, aunque se las ingeniaban para ser escuchadas. Existe una
antología de “Dichos de mujeres espartanas” según el mismo Plutarco.
A las mujeres en Esparta se las educaba
en la lectura y la escritura. Eran niñas encaminadas a ser madres
fuertes, sanas e inteligentes, aptas para engendrar hijos perfectos para
el gran pueblo espartano. Igualmente se insistía en ellas en lo
referente al ejercicio físico, y el dominio de las debilidades del
corazón, o lo que es lo mismo, dominación sistemática de los
sentimientos personales individuales a favor del bien común, del bien de
Esparta y su supervivencia como élite y forma de vida. Eran también
educadas para administrar, y organizar el hogar y la misma comunidad en
tiempos de guerra y ausencia de los varones.
“Dícese, por tanto, que en primer
lugar eran desenvueltas y varoniles, aun con los mismos hombres, y en
casa mandaban con todo imperio; y que además en los negocios públicos
daban dictamen con desembarazo, aun en los de mayor importancia.
(Plutarco, Vidas paralelas, Tomo I)
Edgar Degas, Jóvenes espartanas desafiando a sus compañeros , c. 1860
La mujer podía exhibirse desnuda ante los
hombres, el hombre no podía ser débil ante la exhibición del cuerpo
desnudo de una mujer, de dar señal de “debilidad” era también humillado
públicamente en la plaza, se dice que la lengua de la mujer espartana,
para ridiculizar a los varones serviles ante las necesidades sexuales
animales, eran motivo para que algunos marcharan de la ciudad por la
vergüenza extrema a la que eran sometidos por ellas. La mujer no
permitía hombres débiles en su comunidad, eso suponía poner en riesgo su
forma de vida.
Algo dicho por una mujer espartana (Gorgo,
hija y esposa de reyes espartanos) y que es muy conocido, es la
contestación que dio ante la pregunta que una mujer no espartana le
hizo: ¿por qué eran las únicas mujeres que dominaban a los hombres? Ella
contestó: “¡Porque somos las únicas que parimos (verdaderos) hombres!”
Ellas luchaban en las competiciones
desnudas, normalmente untadas en aceite totalmente, se ejercitaban al
igual que el varón sin traje alguno, su forma física era inmejorable
para dar a su pueblo la mejor casta guerrera posible.
Pasaban horas bailando en la noche como
forma de adoración a sus dioses y diosas. Su fama de libertinas e
impúdicas venia dada por la cerrazón mental del resto de Grecia y
culturas exógenas a lo Heleno igualmente. El cuerpo de la mujer
espartana, era digno de admirar, la obesidad del resto de mujeres, sobre
todo en la holgazana vida que se llevaba en Grecia, era más que
evidente, al igual que muchos hombres fuera de la atlética Esparta.
Se les llamaba “exhibidoras de muslos”
(6) porque simplemente podían enseñarlos, y debían, ya que para
facilitar sus movimientos gimnásticos y deberes deportivos un sayo de
cuello a pies, hubiera imposibilitado el correcto movimiento de sus
miembros.
Bronce de procedencia espartana, ca. 550 a.C. Muchacha que corre, “enseñando los muslos”
Su forma de atraer a un hombre no era
la habitual, ¡ni mucho menos! Las espartanas se lucían ante los hombres
lanzando la jabalina, el disco y la lucha incluso con varones,
igualmente desnudas y en público, claro.
La destreza en los deportes de las mujeres lacedemonias quedó demostrada por ejemplo en Cinisca (hermana de Agelisao II) siendo la primera mujer que ganara una corona en los Juegos Olímpicos en una carrera de cuadrigas -de cuatro caballos-.
Liberadas de cualquier tarea casera, ya
que las realizaban los esclavos, ellas solo se dedicaba a ser madres, la
madre de guerreros igualmente guerrera y deseosa de tener hijos que
murieran en el campo de batalla para gloria y honra de su sangre,
vertida por Esparta. Competir por ello no era raro, renegar de un hijo
cobarde era lo normal, la cobardía era volver con vida de una batalla
perdida, “O con tu escudo o sobre él” era la frase que se lanzaba
al marido o al hijo que acudía a la guerra. Los que huían, dejaban
tirado su escudo -porque era tremendamente pesado e imposible correr con
él-, si volvías sin él, habías desertado, y si morías en el campo de
batalla tus compañeros te transportaban sobre tu escudo hasta tu amada
tierra.
La belleza de las mujeres era también extremadamente comentada, recordemos a Helena, que no era de Troya, era Helena de Esparta.
Se casaban con quien deseasen hacerlo, en
torno a los 20 años hacían su elección (en el resto de Grecia se hacía a
los 12 ó 13 años).
“Con aquella condescendencia de
Licurgo para con las doncellas guardaba conformidad lo relativo a los
esponsales, casándolas ya crecidas y robustas, para que de una parte la
unión hecha, cuando ya la naturaleza la echaba menos, fuese principio de
cariño y amor, y no de odio y de miedo que contra la naturaleza las
violentase; y de otra los cuerpos tuviesen bastante vigor para llevar el
preñado y los dolores; como que el matrimonio no tenía otro objeto que
la procreación de los hijos; mas los Romanos casábanlas de doce años.”
(Plutarco, Vidas paralelas, Tomo I)
El varón elegido, hacía que las raptaba,
mantenían relaciones sexuales, y luego estos encuentros seguían siendo
mantenidos, aun viviendo cada uno en casa de sus respectivos padres.
Encuentros sexuales secretos, breves y siempre en completa oscuridad
(evitar la lujuria), se podía ser padre sin haber visto jamás a la madre
del hijo a la luz del día. Podías tener amantes siempre que fueran más
aptos como engendradores que el marido oficial, lo importante era dar
los mejores hijos. Y los respectivos amantes –tanto del hombre como la
mujer- podían vivir en la misma casa.
Los coros de niñas competidoras dieron nacimiento a un nuevo género de poesía griega, el partheneion o canto de doncella.
Pero la Andreía, palabra que designaba el Valor, la fortaleza, significaba literalmente hombría, por lo tanto del hombre. Tucídides llamaba “maestra severa” o “maestra de violencia” a la guerra, y solo ella era del hombre y el único lugar donde se podía dar muestra del que ésta les exigía.
La única “muerte hermosa” era la
que se ganaba cayendo combatiendo con honor en una batalla, y se moría
sin buscar un reconocimiento, o una posterior glorificación. Bastaba con
haber preservado de un mal a tu comunidad, a tu pueblo, tu cultura, tu
libertad, la de Esparta.
La gloria de la “muerte hermosa” podía
recaer en una mujer sólo en el caso de morir en el parto, en ese caso se
valoraba como una muerte en el campo de batalla y se daba el mismo
reconocimiento público.
Lógicamente eran politeístas, las divinidades femeninas eran muy importantes, sobre todo Atenea que era patrona de la ciudad y poseía su propio santuario, una acrópolis en Esparta que se llamaba la Atenea, en el siglo VI tuvo el añadido de “la Atenea de la casa de latón”.
Muy reducidamente, podemos decir que así era Esparta y su pueblo, su nomoi (tradición)
y tratando en concreto a la mujer. Evidentemente fueron mucho más,
apreciando, aun desconociendo, todo lo que el paso de los siglos
escondió en horas pasadas e historiadores que, con o sin intención,
dejan de ser fieles a la historia.
Olvidar su grandeza y aportación de Esparta por el que hoy lee, sería ser injustos o no ser un digno hijo de Europa
Carmen Martín
Miembro de Círculo Atenea
***
Fuentes consultadas:
1-Termópilas, La batalla que cambió el mundo. Paul Cartledge
2-Los espartanos, Una historia épica. Paul Cartledge
3-Libro undécimo, Biblioteca histórica, Diodoro de Sicilia
4-Libro séptimo, Biblioteca clásica, Herodoto.
5-Vidas paralelas, Tomo I, Plutarco.
6-Así mismo Íbico las denominaba: destapapiernas; o Eurípides, que las llamaban andrómanas.