Gironella
habló de un millón de muertos en nuestra Guerra Civil y la
investigación posterior calcula una sobre mortalidad de 540.000 y de
576.000 de caída de la natalidad en ese evento. La posterior
represión puede cifrarse en 200.000 de las cuales en retaguardia
50.000 y en zona nacional 100.000 personas habrían sido asesinadas.
A ellas hay que añadir 50.000 ejecuciones en la represión
franquista subsiguiente. En 1940 había más de 270.719 reclusos en
las cárceles del Régimen. En la provincia de Córdoba se calcula
que 9.652 personas fueron asesinadas durante la guerra.
Estas
estimaciones aún están sometidas a revisión. Las víctimas
producidas por el bando republicano han sido bien identificadas y
reparadas mientras que las producidas por el bando sublevado han sido
ignoradas y mancilladas en la larga noche de la dictadura franquista
y a día de hoy adolecen de serias dificultades para su
cuantificación e identificación. España con más de 114.000
desaparecidos es el segundo país del mundo tras Camboya en el
ranking de las desapariciones forzadas. En Córdoba capital hubo 109
detenidos por Bruno Ibáñez en una semana. Todos los días había
ejecuciones en el cementerio y en las carreteras que salían de la
ciudad.
Además
durante la dictadura franquista España se convirtió en una enorme
prisión. La utilización de los reclusos como esclavos productivos,
el secuestro y robo de bebés, los procedimientos penales sumarísimos
con ejecuciones criminales y arbitrarias, los campos de
concentración, el destierro en España y el exilio fuera de ella
configuran un periodo de odio y exterminio que nos dan pie para
hablar de un holocausto genocida.
“La
eliminación sin escrúpulos ni vacilación de todos los que no
piensen como nosotros”,
en palabras del director del golpe de 1936 General Mola, establece la
directriz genocida que define el holocausto español. Se quema entero
(eso significa holocausto), se sacrifica a todos los que no piensan
como nosotros. Y esa acción, en tiempo de guerra y/o paz, la
intención de destruir en todo o en parte un grupo nacional tipifica
el delito de genocidio establecido por la ONU en 11Dic del 1948. La
aniquilación de ese colectivo “que no piensa como nosotros” fue
la tarea a la que tenaz e implacablemente se aplicaron los verdugos
sublevados. “El
holocausto españo”l es
la denominación que Paul Preston ha consagrado en un libro homónimo
en el que estudia la realidad que referimos.
Son
autores de genocidio no solo los autores materiales, sino los que
tomen acuerdos y los que inciten a él de forma pública. También es
punible la tentativa y la complicidad. Y se concretan los hechos
constitutivos de ese delito: muerte violenta, atentado grave a la
integridad física o mental, sumisión del grupo a condiciones de
existencia que acarreen su destrucción física total o parcial, las
medidas tendentes a disminuir los nacimientos o el traslado forzoso
de niños de un grupo a otro. España se adhirió al Acuerdo en 1968
y en 1971 incluyó el delito de genocidio en su Código Penal.
En
este fuego ardió el colectivo de “los que no piensan como
nosotros” al que se referían los golpistas. Y si bien a lo largo
de la contienda los dos bandos instigaron al odio que condujo al
exterminio del contrario, será el vencedor y la represión desatada
en la posguerra a quien corresponde la palma. Ese afán exterminador
de los rebeldes, el programa de terror y exterminio llevado a cabo
para imponer la victoria fue implacable y larguísimo. Maestros de
escuela, masones, izquierdistas, republicanos, médicos, abogados,
sindicalistas, mujeres, todos los que estigmatizados por su ideología
republicana y de izquierdas eran sospechosos de propagarla. También
los por si acaso sirvieron de escarmiento.
Hasta
1985 el gobierno no emprendió acciones para proteger los archivos
del país. Millones de documentos se perdieron en ese interregno. Por
eso los muertos siguen en las cunetas y en las fosas comunes entre
la incuria y el olvido. Por eso están esas personas desaparecidas a
día de hoy y por eso la reivindicación de los movimientos
memorialistas de recuperar la memoria de esas víctimas. Ian Gibson,
en su último libro “Poeta
en Granada”,
dice que España no ha tenido todavía la valentía de afrontar su
holocausto.
Afirma
Paul Preston que una visión estadística del holocausto español es
incompleta y difícilmente llegará a concluirse nunca. Además no
conseguirá jamás plasmar el horror que hay detrás de las cifras:
el holocausto español, nuestro holocausto. Algo que está aún por
reivindicar.
Los
muros de la memoria que piadosamente acogen los nombres de los
desaparecidos y asesinados no son más que el homenaje que rendimos a
unas personas cuyo holocausto no debe quedar en vano. Tenemos el
deber de exhumar, identificar y restituir dignamente a sus herederos
los restos que ahora están desaparecidos. Cuando lo hagamos los
nombres que proclaman los muros serán algo más que una labor de
búsqueda en archivos. Serán como decía Miguel Hernández en
“Viento
del pueblo”
en 1937.
Caídos
sí, no muertos, ya postrados titanes,
Están
los hombres de resuelto pecho
Sobre
las más gloriosas sepulturas”.
Esa
gloria que tienen es la que aquí parece que aún les falta.
Restituirla es nuestro deber. Y darle gloriosa sepultura.
Manuel
Díaz Povedano
Presidente
Foro
Ciudadano para la Recuperación
de
la Memoria Histórica de Andalucía
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