Los Despachos.

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viernes, 21 de febrero de 2014

La mujer en Esparta

 
Esparta fue la nación de naciones en tanto sus ciudadanos nacían, vivían y se debían a Esparta hasta el último aliento. Así mismo ocurría, lógicamente, con sus mujeres.

apodesmo31Las tierras Lacedemonias contaban con un sistema educativo llamado Agôgê. Apenas existen datos sobre sus formas de educar, ya que eran muy recelosos con la difusión sus costumbres y poco dados a plasmar cultura, su existencia era asegurarse la supervivencia en una época donde sólo la fuerza y la inteligencia bien dirigida, podían hacerte libre
La primera lealtad de los lacedemonios, y para la mujer, era para con la comunidad, y con su Estado, incluso por encima de su familia o amigos.

Se educaba para la supervivencia, y sólo esa rigidez,  la preservación de su tradición (nomoi) les permitió desarrollar su orden social, su existencia y no solo su propia supervivencia, también de la que es hoy  la cultura en occidente,  sin ellos haber sido conscientes de su aportación. Todo sería completamente distinto de no ser por la forma de educar,  y de ser,  espartanas.

Las leyes, la forma de vida, la constitución en Esparta, fueron basadas en la palabra y obra de Licurgo. Esparta, estaba llena de vicios y entregada a placeres hasta que Licurgo llegó. Les propuso a sus ciudadanos que se dejasen de oro y de la plata, que arrojasen los paños ricos y las mesas suntuosas; que dejasen de andar en fiestas y sacrificios, que  trabajaran y que la fiesta fuera la guerra y el sacrificio: no morir por Esparta.

Licurgo no los quería hacer guerreros para agredir, o buscar la guerra, él los educó así,  para que a nadie se le  ocurriese ofenderles. Por ello los espartanos eran educados como soldados, la comunidad nacional era un ejército y las madres eran conscientes de procrear para hacer grande ese ejército.  Para su supervivencia, no solo por posibles ataques de enemigos, sino para poder someter al gran número de esclavos que poseían (un número superior al de ciudadanos libres), no podían permitirse el  lujo de ser débiles. Por ello los niños eran examinados por una comisión de ancianos en el “Lesjé” (“Pórtico”), para determinar si era un hijo digno de Esparta. La mujer asumía este hecho con naturalidad, los hijos servían a la patria, no eran vienes privados, propios, eran ciudadanos de Esparta. Así pues, sus hijos no podían ser una boca tan solo a alimentar, un ser inútil y una carga para la comunidad, debían ser dignos hijos de ellas mismas y de su tierra.

Si se le permitía la vida, el honor de ser un ciudadano de Esparta, se le asignaba uno de los 9.000 lotes de tierra disponibles para los ciudadanos, y sus padres podían entonces criarlo, pero siempre con la dureza y el fortalecimiento que un miembro de las tierras laconias debía ostentar. Ese hijo era un futuro soldado.

A los siete años, -Plutarco indicaba cinco- niños y niñas iniciaban su educación y adiestramiento físico a cargo del Estado. Carreras, saltos, manejo de las armas o lanzamiento de jabalina principalmente.

Las mujeres en edad ya adolescente, abandonaban este adiestramiento como ciudadanas de Esparta para ser educadas como madres del mejor ejército.

La formación del ciudadano espartano era obligatoria, se realizaba de forma colectiva, era pública y sólo para los hijos de los ciudadanos libres. Hombres y mujeres eran educados en el que la mayor deshonra,  era traicionar esas leyes imbuidas de una entrega abnegada hacia la comunidad y protección del orden establecido.

El  desapego a lo material era prioritario también, otro gran defecto y debilidad del espíritu humano, y por supuesto la avaricia, por eso las monedas eran de hierro, no valían ni lo que pesaban.

El cuerpo era una materia que tan solo serbia para ofrecer en el campo de batalla como digno arma de defensa de la comunidad y un medio de reproducción. No era como hoy día, objeto de mercadeo, arma usada caprichosamente, o el ego que te ciega a la naturaleza de las cosas.

Se era educado para servir a Esparta y su forma de vida, en cuerpo y alma. El no casarse daba lugar a una humillación pública, como castigo se hacía dar vueltas a una plaza. Lo vergonzoso era no dar hijos a Esparta, no el hecho de no contraer matrimonio en sí, la natalidad era una de las tareas pendientes de dicha civilización.
La mujer 

En Atenas la mujer no era perceptora de formación académica alguna, solo se le enseñaba a cocinar, coser, y cuidar niños, es decir llevar su casa. Incluso, en el reparto de la comida la mujer recibía menos porción que el varón. En la pubertad era aislada en casa de su padre o guardián varón hasta que se le desposaba y era alejada de miradas de otros hombres tras el enlace, ni siquiera podía cruzar palabra con otros varones ya que era algo deshonroso. Sin posesiones importantes  materiales, ni nada suyo, de forma oficial,  podemos afirmar que las hijas de Esparta eran tremendamente afortunadas. En Atenas solo las prostitutas fueron famosas (hetairas), profesionales del sexo de cierto reconocimiento y categoría en su oficio.

En la comunidad espartana, la mujer era activa, prominente, poderosa, de mentalidad independiente y muy habladora, de lenguaje vivaz e inteligente. Tenían posesiones propias y de derecho, incluso tierras, pero carecía de voz propia en  la Asamblea de guerreros, aunque se las ingeniaban para ser escuchadas. Existe una antología de “Dichos de mujeres espartanas” según el mismo Plutarco.

A las mujeres en Esparta se las educaba en la lectura y la escritura. Eran niñas  encaminadas a ser madres fuertes, sanas e inteligentes, aptas para engendrar hijos perfectos para el gran pueblo espartano. Igualmente se insistía en ellas en lo referente al ejercicio físico, y el dominio de las debilidades del corazón, o lo que es lo mismo, dominación sistemática de los sentimientos personales individuales a favor del bien común, del bien de Esparta y su supervivencia como élite y forma de vida. Eran también educadas para administrar, y organizar el hogar y la misma comunidad en tiempos de guerra y ausencia de los varones.

 “Dícese, por tanto, que en primer lugar eran desenvueltas y varoniles, aun con los mismos hombres, y en casa mandaban con todo imperio; y que además en los negocios públicos daban dictamen con desembarazo, aun en los de mayor importancia. 

(Plutarco, Vidas paralelas, Tomo I)

Edgar-Degas.-Jóvenes-espartanas

Edgar Degas, Jóvenes espartanas desafiando a sus compañeros , c. 1860

La mujer podía exhibirse desnuda ante los hombres, el hombre no podía ser débil ante la exhibición del cuerpo desnudo de una mujer, de dar señal de “debilidad” era también humillado públicamente en la plaza, se dice que la lengua de la mujer espartana, para ridiculizar a los varones serviles ante las necesidades sexuales animales,  eran motivo para que algunos marcharan de la ciudad por la vergüenza extrema a la que eran sometidos por ellas. La mujer no permitía hombres débiles en su comunidad, eso suponía poner en riesgo su forma de vida.

Algo dicho por una mujer espartana (Gorgo, hija y esposa de reyes espartanos) y que es muy conocido,  es la contestación que dio ante la pregunta que una mujer no espartana le hizo: ¿por qué eran las únicas mujeres que dominaban a los hombres? Ella contestó: “¡Porque somos las únicas que parimos (verdaderos) hombres!”

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Ellas luchaban en las competiciones desnudas, normalmente untadas en aceite totalmente, se ejercitaban al igual que el varón sin traje alguno, su forma física era inmejorable para dar a su pueblo la mejor casta guerrera posible.

Pasaban horas bailando en la noche como forma de adoración a sus dioses y diosas. Su fama de libertinas e impúdicas venia dada por la cerrazón mental del resto de Grecia y culturas exógenas a lo Heleno igualmente. El cuerpo de la mujer espartana, era digno de admirar, la obesidad del resto de mujeres, sobre todo en la holgazana vida que se llevaba en Grecia, era más que evidente, al igual que muchos  hombres fuera de la atlética Esparta.

Se les llamaba “exhibidoras de muslos” (6) porque simplemente podían enseñarlos, y debían, ya que  para facilitar sus movimientos gimnásticos y deberes deportivos un sayo de cuello a pies,  hubiera imposibilitado el correcto movimiento de sus  miembros.
Bronce espartano de Dodona, ca. 550
Bronce de procedencia espartana, ca. 550 a.C. Muchacha que corre, “enseñando los muslos”
Su forma de atraer a un hombre no era la habitual, ¡ni mucho menos! Las espartanas se lucían ante los hombres lanzando la jabalina, el disco y la lucha incluso con varones, igualmente desnudas y en público, claro.
La destreza en los deportes de las mujeres lacedemonias quedó demostrada por ejemplo  en Cinisca (hermana de Agelisao II) siendo la primera mujer que ganara una corona en los Juegos Olímpicos en una carrera de cuadrigas -de cuatro caballos-.

Liberadas de cualquier tarea casera, ya que las realizaban los esclavos, ellas solo se dedicaba a ser madres, la madre de guerreros igualmente guerrera y deseosa de tener hijos que murieran en el campo de batalla para gloria y honra de su sangre, vertida por Esparta. Competir por ello no era raro, renegar de un hijo cobarde era lo normal, la cobardía era volver con vida de una batalla perdida, “O con tu escudo o sobre él” era la frase que se lanzaba al marido o al hijo que acudía a la guerra. Los que huían, dejaban tirado su escudo -porque era tremendamente pesado e imposible correr con él-, si volvías sin él, habías desertado, y si morías en el campo de batalla tus compañeros te transportaban sobre tu escudo hasta tu amada tierra.

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La belleza de las mujeres era también extremadamente comentada, recordemos a Helena, que no era de Troya, era Helena de Esparta.

Se casaban con quien deseasen hacerlo, en torno a los 20 años hacían su elección (en el resto de Grecia se hacía a los 12 ó 13 años).

 “Con aquella condescendencia de Licurgo para con las doncellas guardaba conformidad lo relativo a los esponsales, casándolas ya crecidas y robustas, para que de una parte la unión hecha, cuando ya la naturaleza la echaba menos, fuese principio de cariño y amor, y no de odio y de miedo que contra la naturaleza las violentase; y de otra los cuerpos tuviesen bastante vigor para llevar el preñado y los dolores; como que el matrimonio no tenía otro objeto que la procreación de los hijos; mas los Romanos casábanlas de doce años.”
(Plutarco, Vidas paralelas, Tomo I)

El varón elegido, hacía que las raptaba,  mantenían relaciones sexuales, y luego estos encuentros seguían siendo mantenidos, aun viviendo cada uno en casa de sus respectivos padres. Encuentros sexuales secretos, breves y siempre en completa oscuridad (evitar la lujuria), se podía ser padre sin haber visto jamás a la madre del hijo a la luz del día. Podías  tener amantes siempre que fueran más aptos como engendradores que el marido oficial, lo importante era dar los mejores hijos. Y los respectivos amantes –tanto del hombre como la mujer- podían vivir en la misma casa.

Los coros de niñas competidoras dieron nacimiento a un nuevo género de poesía griega, el partheneion o canto de doncella.

Pero la Andreía, palabra que designaba el Valor, la fortaleza, significaba literalmente hombría, por lo tanto del hombre. Tucídides llamaba “maestra severa” o “maestra de violencia” a la guerra, y solo ella era del hombre y el  único lugar donde se podía dar muestra del que ésta les exigía.

La única “muerte hermosa” era la que se ganaba cayendo combatiendo con honor en una batalla, y se moría sin buscar un reconocimiento, o una posterior glorificación. Bastaba con haber preservado de un mal  a tu comunidad, a tu pueblo, tu cultura, tu libertad, la de Esparta.

La gloria de la “muerte hermosa” podía recaer en una mujer sólo en el caso de morir en el parto, en ese caso se valoraba como una muerte en el campo de batalla y se daba el mismo reconocimiento público.

Lógicamente eran politeístas, las divinidades femeninas eran muy importantes, sobre todo Atenea que era patrona de la ciudad y poseía su propio santuario, una acrópolis en Esparta que se llamaba la Atenea, en el siglo VI tuvo el añadido de “la Atenea de la casa de latón”.

Muy reducidamente, podemos decir que así era Esparta y su pueblo, su nomoi (tradición) y tratando en concreto a la mujer. Evidentemente fueron mucho más, apreciando, aun desconociendo, todo lo que el paso de los siglos escondió en horas pasadas e historiadores que, con o sin intención, dejan de ser fieles a la historia.

Olvidar su grandeza y aportación de Esparta por el que hoy lee, sería ser injustos o no ser un digno hijo de Europa

Carmen Martín
Miembro de Círculo Atenea
***

Fuentes consultadas:
1-Termópilas, La batalla que cambió el mundo. Paul Cartledge
2-Los espartanos, Una historia épica. Paul Cartledge
3-Libro undécimo, Biblioteca histórica, Diodoro de Sicilia
4-Libro séptimo, Biblioteca clásica, Herodoto.
5-Vidas paralelas, Tomo I, Plutarco.
6-Así mismo Íbico las denominaba: destapapiernas; o  Eurípides, que  las llamaban andrómanas.

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