Los Despachos.

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viernes, 8 de febrero de 2013

La partitocracia era esto?


Los partidos están gobernados por burócratas que se acomodan ahí de por vida, esquivando la competencia propia de la vida profesional, y convierten la política en su profesión

Quizás todo consista en que no apreciamos con seriedad la vida política, porque los ciudadanos no directamente implicados en la cosa pública, que son la inmensa mayoría, la ven como espectáculo, como una variante más del fútbol, pero con figuras vestidas de calle. Quizás nos falta cultura democrática. O, a lo peor, quizás nos falta cultura, en general. Y al final lo que tenemos es lo que nos merecemos: la partitocracia.
Son muchísimas las personas que se están dando cuenta ahora –basta asomarse a las redes sociales– de lo mucho que necesitamos de la política. Presenciamos la incapacidad del partido que nos gobierna para explicarnos, solo para explicarnos, no ya para convencernos, acerca de lo que está pasando en su interior y sentimos una frustración como ciudadanos corrientes a los que tampoco se nos quiere responder cuando nos dejan que le preguntemos al respecto.

Padecemos de severa partitocracia, que pervierte el sistema representativo de nuestro Estado de derecho, por el poder omnímodo de sus partidos que anula de raíz y en la práctica la teoría de la división de poderes de Montesquieu, inventada justamente porque se sabía que el poder no puede ser controlado desde fuera: la única solución es que se controle a sí mismo dividiendo sus funciones y asignando cada una de ellas a órganos diferenciados. Pero los partidos políticos, por su inercia autónoma de funcionamiento, designan y controlan la composición de todos los órganos decisivos de nuestra vida política, desde el Legislativo hasta el Tribunal de Cuentas, que es quien debería fiscalizarles. Así, la corrupción medra en su seno de modo natural y el que surja es solo cuestión de tiempo o de circunstancia: el chantaje al que un individuo corrupto somete al partido del que ha sido expulsado.

La partitocracia se caracteriza por el poder de las burocracias que gobiernan los partidos, cuyos miembros se acomodan ahí de por vida, esquivando la competencia propia de una vida profesional al margen de la política, con lo que transforman a esta en su profesión, orillando su condición primigenia de servicio público temporal en favor de la comunidad. Todos dependen de todos dentro del partido, que genera un circuito cerrado de compromisos y servidumbres que paraliza la iniciativa propia, acalla disensiones y genera liderazgos condicionados. La partitocracia, demandadora y generadora de burocracia, exaspera por su lentitud al aceptar ideas o sugerencias nuevas, al deliberar sobre las mismas, al tomar decisiones al respecto.
Y la partitocracia se completa, también, con el panorama desolador del resto de partidos de nuestro sistema político, tanto a nivel estatal como autonómico. Así, partitocracia es que Rubalcaba pida la dimisión de Rajoy a sabiendas de que este nunca se la va a conceder. En cualquier caso, ¿qué sería del país ahora si así lo hiciera? Los socialistas representan definitivamente el pasado de nuestra Transición, en el que fueron protagonistas principales, porque la segunda generación de sus líderes ha dilapidado del todo la ilusión –falsa muchas veces, pero aparente y por momentos necesaria– que generaron sus predecesores. Ideas como la ‘memoria histórica’, que quiso convertir en historia oficial de la Guerra Civil lo que es su interpretación particular de la misma, o su actual propuesta federalista, que convertiría en Estados federados a Murcia o La Rioja, que ni en sus más nobles aspiraciones soñaron jamás con semejante estatus, nos dan una idea de la desorientación en la que ha acabado el buque insignia del progresismo español.

La partitocracia toma cuerpo también en los partidos nacionalistas, porque todo el sentido de su política empieza y acaba en sus propias sedes. Cuanto peor para España mejor para ellos: partitocracia pura. Cuando sea el momento de poner en práctica su ansiado derecho a decidir acotarán su territorio con singularidad histórica, se convertirán en sus únicos representantes legítimos y votarán para irse de la colectividad política a la que pertenecen desde hace al menos ocho siglos. Se proponen inaugurar un sistema de autodeterminación inédito en Occidente. Ningún gran Estado de los existentes surgió por ese método, ni de los antiguos, como España, Francia o Gran Bretaña, ni de los modernos, como Alemania o Italia. Los nacionalistas equiparan todos los nacionalismos, sean de Estado o sean de las naciones sin Estado, como procesos similares y, por tanto, intercambiables. Pero la apuesta nacionalista, la que va de la nación al Estado mediante un referéndum, en el hipotético caso de que la Unión Europea la avalara, nos llevaría, sin duda, al cantonalismo, también de raigambre histórica en España. Porque la idea de unir territorio y democracia sería ya imparable y nadie podría negar luego que un territorio singularizado, dentro del nuevo Estado así constituido, se quisiera autodeterminar a su vez. En Cataluña, las últimas elecciones dieron mayoría no nacionalista a las comarcas de Baix Llobregat y de Val d’Aran y a grandes municipios como Tarragona, Badalona u Hospitalet.

Y la partitocracia lastra, en fin, a esos terceros partidos que esperan la debacle del bipartidismo para alcanzar un rango decisorio en la política nacional. Como ese reciente partido que se dice de progreso, trufado de intelectuales de prestigio, que en realidad a quien le disputa en su terreno es a la derecha, y liderado por quien ejerció durante treinta años, toda una vida, cargos como socialista: primero en la política vasca como diputada foral desde 1979, juntera desde 1983, parlamentaria desde 1986 y consejera del Gobierno vasco de 1991 a 1998 y luego como europarlamentaria de 1999 a 2007. Quizás sea por ello, porque aquí ya se la conocía mucho, que alcance mejores resultados y tenga más gancho electoral en otras zonas de España que en esta. 

Pedro José Chacón Delgado, Profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.

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