Los Despachos.

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jueves, 27 de febrero de 2014

¿Cómo eran las costumbres de los Espartanos?

Mataban a los bebés débiles, vivían por y para la guerra y eran unos xenófobos recalcitrantes. Su actuación en las Termópilas les valió la fama eterna

11.02.14 - 19:29 - JON GARAY 


En agosto del año 480 a.C, un grupo de 300 espartanos partieron hacia las Termópilas. Sabían que iban a morir, pero no les importaba. Nada tenían que hacer frente al gigantesco ejército de Jerjes, el rey del imperio persa. Heródoto cifraba sus tropas en 1,7 millones de soldados y 1.207 barcos de guerra. No fueron tantos como escribiera el 'padre de la historia' -entre 80.000 y 250.000, calculan los historiadores- pero sí muchos más que los griegos, que sumarían unos 7.000. El resultado fue el esperado, pero ni Jerjes ni los propios griegos esperaban haber resistido como lo hicieron. Tres días en los que espartanos, ya sin el resto de los griegos salvo pequeñas excepciones, terminaron luchando literalmente con sus manos y sus dientes. Una leyenda cimentada sobre una derrota. ¿Quiénes eran estos hombres que no temían a la muerte? ¿Eran unos soldados tan fieros como los pintan?¿Cómo vivían?

Mataban a los bebés débiles. La vida del espartano estaba en peligro desde su mismo nacimiento. Los ancianos sumergían a los bebés en un baño de vino sin diluir para ver su reacción. Si no era la ‘adecuada’ o tenían alguna deformidad, eran descartados sin más miramientos. Infanticidio de Estado puro y duro. Abandonar a los pequeños por circunstancias económicas era habitual en la antigua Grecia, como lo sería en Roma, pero no matarles como se hacía en Esparta. Cierto que también había excepciones: Agesilao II llegó a ser rey durante 40 años a pesar de su cojera. 

Un único fin: la guerra. Pasado este duro trance, sus primeros siete años no diferían de los del resto de niños griegos, que eran educados en casa. Llegados a esa edad, se les separaba radicalmente de sus familias y comenzaba su educación para su único fin en la vida: la guerra. Hasta los 18 años no harían otra cosa que instruirse para ser los mejores soldados de Grecia. ‘Agogé’ se llamaba esta educación estatal instaurada por un legislador mítico, Licurgo. Entre las enseñanzas que recibían, debían aprender de memoria estos versos: “Resiste mientras miras el rostro a la muerte cruenta / y alarga tu brazo hacia el enemigo mientras lo tienes cerca”. Esto es lo que recitaban en el campo de batalla, cuando además de todo su equipo de 32 kilos llevaban su famosa capa escarlata y sus no menos célebres melenas (como curiosidad, llevaban barba, pero no bigote). Esto último los separaba, como casi todo, del resto de los hombres griegos, que solían llevar el pelo corto. En el caso de Esparta, eran las mujeres las que se rapaban tras casarse, cosa que ellos hacían sobre los 25 años y ellas al final de la adolescencia.

Obligación de aceptar un amante. Una característica llamativa de la ‘Agogé’ es que hacia los 12 años se esperaba que los aprendices aceptasen a un guerrero adulto joven como amante. “Inspirador”, se le llamaba. Un ejemplo de pederastia institucionalizada. De hecho, los espartanos tenían fama entre los griegos de una exagerada afición a la sodomía. Cuando terminaba este período, los mejores pasarían a la ‘Cripteia’, una especie de policía secreta, y posteriormente a los puestos superiores, como la guardia personal de los reyes. Los famosos 300 que acompañaron a Leónidas. Por cierto, los que estaban destinados a reinar estaban exentos de la Agoté aunque Leónidas sí la pasó porque no estaba, en principio, destinado a reinar.

Xenófobos y supersticiosos. La forma de vida y las costumbres de los espartanos extrañaban a los propios griegos. Xenófobos recalcitrantes, conseguir la ciudadanía era casi un imposible para cualquiera que no fuera espartano. Heródoto cuenta que sólo dos lo consiguieron: un adivino y su hermano. Esto lleva a otro de sus rasgos más definitorios: si los griegos eran muy supersticiosos, ellos lo eran todavía más. Hasta el punto de que dejaron de ir a la batalla de Maratón en apoyo de los atenienses por la fiesta de las Carneias en honor de Apolo. Lo mismo que sucedería en las Termópilas. Solo un año después de esta, ya sin impedimento religioso (o político, porque la ‘pereza’ por ayudar a los atenienses tenía su componente político), movilizaron a 5.000 espartiatas (espartanos de élite. Como veremos, junto a estos vivían sometidos una inmensa mayoría de esclavos llamados ilotas y unos espartanos de segunda fila, los periecos) para la batalla de Platea.

Su dominio del arte de la guerra no tenía comparación. De hecho, eran los únicos soldados profesionales de la Hélade, hecho que no deja de resultar extraño cuando la guerra fue una constante en la Grecia clásica. Atenas, sin ir más lejos, estuvo en guerra tres de cada cuatro años y no más de diez seguidos en paz durante su época de esplendor.

Secos y cortantes. Su acento también era motivo de burla. Tanto como su poca afición a las letras o a la retórica. Lo de adornar el lenguaje no iba con ellos. El estilo lacónico (de Laconia, una región del Peloponeso, donde vívían) viene precisamente de su afición a las frases secas y cortantes. Uno de los mejores ejemplos de ello se atribuye a Gorgo, la mujer -y a la vez sobrina- de Leónidas. “¿Cómo es que las espartanas sois las únicas mujeres que domináis a los hombres?”, le preguntó una ateniense sin saber lo que le esperaba. La respuesta no deja lugar a dudas: “Somos las únicas mujeres que parimos (verdaderos) hombres”.

Entre sus gustos culinarios destacaba una sopa de carne de cerdo bañada en la sangre de este animal más vinagre y sal. También eran muy austeros en su vida y apenas bebían vino -en la Grecia clásica éste se bebía muy diluido en agua, nada que ver con la actualidad-. Tan es así que obligaban a emborracharse a los ilotas para dar ejemplo a los jóvenes de lo que no debían hacer.

Las ‘privilegiadas’ espartanas. La situación de la mujer también era diferente. De hecho, era bastante mejor que la que padecían en el resto de Grecia. Recibían una educación también muy estricta, incluida una excelente preparación física. Y no realizaban las tareas domésticas, asunto de los esclavos. Tampoco amamantaban a los bebés, una tarea que les granjeó buena fama a las nodrizas ilotas. 

La mejor alimentación que recibían las hacía ser más altas que sus ‘compatriotas’ y tenían fama por su belleza. Herederas de Elena de Troya, según decían. Su papel de madres era clave en aquella sociedad tan cerrada sobre sí misma y que necesitaba de nuevos espartiatas constantemente. Ellas se encargaban incluso de insultar en público a los hombres que retrasaran demasiado su acceso al matrimonio. Incluso Aristóteles vio en su excesivo protagonismo una de las claves del declive de Esparta. 

Esclavos griegos. Los espartanos podían dedicarse exclusivamente a la guerra por una sola razón: los esclavos. Algo perfectamente aceptado en Grecia -Aristóteles afirmó que “en un Estado bien constituido, los ciudadanos no deben ocuparse de las primeras necesidades de la vida”-. Lo extraño es que esos esclavos fueran también griegos. Ilotas se llamaban y eran los pobladores que fueron sometidos a la llegada de los espartanos a la Península del Peloponeso. Se calcula su número en unos 250.000 frente a los 8.000-10.000 de los espartiatas. Tan precaria era su situación que todos los años, cuando los éforos accedían a su cargo, les declaraban la guerra. Esto permitía que pudieran ser asesinados en cualquier momento. De hecho, lo eran. Los jóvenes espartiatas que entraban en la Cripteia -una especie de policía secreta- se encargaban de vigilarlos y, en el caso de los más revoltosos, de matarlos. Ni que decir tiene que el peligro de rebelión fue una constante. No en vano, la obsesión espartana por la guerra venía dada por esta estructura social: un estado militar en permanente alerta contra la mayor parte de su población.

Actividades como el comercio o la fabricación de armas quedaban en manos de los pericos, unos 60.000, una especie de espartanos de segunda fila con muchos menos derechos que la elite y utilizados como primera fuerza de choque frente a los más que previsibles levantamientos de los ilotas. Finalmente, los espartiatas, cuyo número descendía constantemente, debieron aceptar en el ejército la presencia tanto de periecos como de los ilotas. Simplemente no eran suficientes. Por cierto, eran los ilotas quienes llevaban el equipo de 32 kilos de los hoplitas hasta la batalla.

Afrontar la muerte. “Vencer o morir” era la ley suprema de los espartanos en combate. Es lo que sucedió en las Termópilas y lo que sus compatriotas esperaban de ellos. En esta batalla, de hecho, no combatieron 300 espartiatas, sino 298. Uno no pudo hacerlo por una infección ocular; el otro, por estar en una misión diplomática. Ambos terminaron suicidándose ante la deshonra y vergüenza que les supuso en su patria.

Su forma de afrontar la muerte también les hacía especiales. No enterraban a sus muertos fuera de las ciudades, sino dentro, con la idea de compartir así su espíritu y su valor. Y nada mejor que morir en el campo de batalla. El mejor ejemplo, tras la que quizás fuese la derrota decisiva de su historia, en Leuctra, en el 371 a.C. Por entonces solo debían quedar unos 1.000 espartiatas, 400 de los cuales perecieron en ella. La reacción en la ciudad no pudo ser más espartana: los familiares de los que murieron se mostraban contentos, orgullosos, todo lo contrario que los de los supervivientes, que no querían dejarse ver. Así era Esparta.

 Los dos reyes de Esparta

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