Florence Nightingale (1820-1910) es una
figura excepcional en la historia de la sanidad, la higiene y del
compromiso hacia los que sufren, rompiendo, además, una lanza por
emancipación de la mujer en el campo de la medicina. Es la fundadora de
la carrera de enfermería profesional. Por su labor recibió la British Order of Merit en el año 1907, siendo la primera mujer en obtener esta máxima condecoración.
Nightingale comenzó a aprender y a ejercer en diversos hospitales británicos y alemanes, especialmente en el Hospital for Invalid Gentlewomen
de Londres. Pero la guerra de Crimea cambiará su vida y la de la
historia de la enfermería. Con energía y decisión se ofreció, junto con
un grupo de compañeras, para trabajar en favor de los heridos. Fue la
primera vez que se permitió a las mujeres entrar en el ejército para
esta misión. Y fue un éxito rotundo porque bajó la mortalidad en los
hospitales militares de forma clara. Pero detengámonos en esta verdadera
gesta.
El ministro Sidney Herbert estaba escandalizado por los informes publicados en The Times
sobre el estado lamentable del hospital de Scutari, en el conflicto de
Crimea. Entonces, pensó en Nightingale, a la que conocía, para que
marchara a poner orden en dicho hospital. Nuestra protagonista aceptó el
encargo y se puso a reclutar enfermeras que tuvieran cierta experiencia
hospitalaria. Lo consiguió, y el The Times organizó una suscripción nacional para sufragar todos los gastos derivados de la expedición.
En Scutari, Nightingale descubrió que la
burocracia había impedido que el material sanitario fuera desembarcado
para el hospital. Indagando, comprendió que el hospital era un caos y un
foco de infecciones, provocadas por los patios donde se pudrían
animales muertos, llenos de escombros y fango. Además, faltaban mesas
para operar, la ración del agua era escasísima, no había combustible,
abundaban los instrumentos y materiales en mal estado o estropeados,
había una plaga de piojos y otra de cucarachas, las letrinas se habían
colapsado, por lo que la disentería, las diarreas y el cólera producían
más muertes que las generadas por las heridas de guerra entre los
soldados. Estos enfermos estaba acostados en catres sin sábanas, encima
de colchones de paja impregnada de los orines y las heces de sus
ocupantes.
Pero no eran los únicos problemas a los
que había que enfrentarse nuestra protagonista. Los médicos militares
eran contrarios a la presencia y trabajo de civiles y, por supuesto, de
mujeres en sus hospitales. Ante la negativa, Nightingale tuvo que
tragarse el orgullo y se puso a trabajar con sus compañeras en la
elaboración de vendas, sábanas, cabestrillos, y demás material, así como
en organizar la cocina para mejorar la higiene y la alimentación de los
enfermos. Para ello, usó de los fondos que administraba y compró lo
necesario en Constantinopla. Pero sin el permiso de los médicos poco más
podía hacer, ni podía acercarse a los enfermos.
Pero la riada de heridos producidos por
las batallas de Balaclava del 25 de octubre de 1854, y la de Inkerman,
unos días después, cambió la situación. El hospital se desbordó y los
médicos cedieron, la ayuda de las enfermeras era necesaria, aunque
siguieron produciéndose conflictos entre los médicos y las enfermeras,
pero Nightingale no se rindió jamás, y además de ser una infatigable
trabajadora, fue una excelente administradora y previsora ante las
contingencias que iban apareciendo. Se pasó muchas noches redactando
informes y lanzando proyectos de mejora, además de su labor sanitaria.
En ayuda de nuestra enfermera llegó un
famoso cocinero de Londres, Alexis Soyer, que revolucionó la cocina del
hospital para dar de comer a los heridos y enfermos de diversas
dolencias como el escorbuto, la desnutrición o el cólera.
Las denuncias de Nightingale, el
reconocimiento a su labor por la reina Victoria, y el apoyo de la prensa
tuvieron su fruto, ya que se creó una Comisión Sanitaria que visitó el
hospital de Scutari.
Sus integrantes pudieron hacer lo que la enfermera había pedido y no había podido realizar: el saneamiento integral del hospital.
Sus integrantes pudieron hacer lo que la enfermera había pedido y no había podido realizar: el saneamiento integral del hospital.
Arreglado este problema, Nightingale
descubrió otra de sus facetas, la humana. Consideraba que los enfermos y
heridos merecían un trato mejor que el que recibían como soldados por
los oficiales. Para ello, lanzó una campaña de alfabetización, ya que
muchos de estos soldados no sabían ni leer ni escribir, dada su humilde
extracción social, compró libros para crear una biblioteca, organizó
coros y grupos de teatro, y organizó un sistema para que parte de la
soldada llegara a las familias en Gran Bretaña. El soldado comenzó a ser
visto como un héroe y no como una bestia a domar por el látigo.
Nigthingale enfermó de cólera y tuvo que
regresar a Londres donde fue recibida como una heroína. Unos días antes
de terminar el conflicto bélico, el gobierno de Su Majestad reconoció
la labor de Nightingale como superintendente de las enfermeras de todos
los hospitales militares en campaña.
Eduardo Montagut Contreras. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea.
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