Los Despachos.

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viernes, 1 de noviembre de 2013

Torticerías suyas

1 de noviembre de 2013 a la(s) 0:46

Que nadie vaya a pensar que me quiero poner a juzgar jueces con nombres y apellidos. Sólo quiero entender si la lógica anida en eso que llamamos “justicia” y que, en realidad, sólo es una corporación de individuos, hombres y mujeres que estudiaron y aprobaron la carrera de derecho, y que luego prepararon las oposiciones a la judicatura y las pasaron.

Después vienen los galones de la magistratura que, a medida que aumenta el rango del tribunal, aumenta su valor e incidencia conceptual en esa definición de “justicia” que tenemos el resto de la humanidad, que no pertenecemos al gremio, a la casta.

Lo cierto es que la “Justicia”, que entendemos y definimos como un concepto unívoco y un valor ético por encima de las miserias humanas, en la práctica es simplemente un colectivo de seres humanos subjetivos que quieren ser o parecer objetivos.

Sólo entendiendo esto podemos explicarnos que hechos más o menos similares o parecidos, unas veces “la justicia” los trata de una forma y otras veces no.

Un ejemplo de ello es lo que está sucediendo con dos jueces tan mediáticos (en el léxico al uso) ellos, como Mercedes Alaya y Elpidio Silva.

Ante todo, quiero dejar claro que no me entusiasma el estilo de ninguno de los dos, aunque me satisface que demuestren valentía ante las presiones que sin duda sufran en el ejercicio de sus funciones. Por lo tanto, no juzgo a ninguno de ellos, sino a quienes ejercen parte de esas presiones, desde la necesaria supervisión que garantice la corrección de sus acciones.

Una de dos, o ambos se han excedido en su celo de forma inaceptable; la una con una ciudadana llamada Magdalena Álvarez, el otro con un ciudadano llamado Miguel Blesa; o ambos están ejerciendo su labor dentro de los límites propios de una labor difícil.

Lo que no ayuda a que la ciudadanía pueda respetar la “justicia”, que nos ha tocado en suerte, es comprobar que la una siga tan pancha en lo suyo y el otro esté en capilla para seguir los pasos del juez Garzón.

Cierto es que la una no ha “enchironado” aún a su sospechosa y que el otro, en cambio, si lo hizo (y por dos veces). Pero eso no tiene demasiado valor en una sociedad que ve que Urdangarín está paseando por la calle y que Bárcenas sólo puede hacerlo en el patio de Soto del Real.

No es eso. No se trata de que yo opine que Alaya debe estar pasando por el mismo aro que Silva, o lo contrario. Se trata de que la incongruencia, la disparidad de criterios sólo refuerza la idea de que los “controladores” o “supervisores” de los jueces no pueden dar la imagen contraria a la que los ciudadanos tienen del concepto ideal de Justicia.

Se trata de que nos están convenciendo de que “Justicia” (con mayúscula) no tiene nada que ver con lo que nos dicen que es “la justicia” (con minúscula), ese órgano que ellos detentan. Y digo “detentan” conscientemente, porque lo tienen, pero no lo “ostentan” porque no le hacen el honor que merece.

Confiemos en que enmienden esa disparidad, bien no repitiendo el caso Garzón, o bien repitiéndolo por duplicado. Y, claro, abriendo necesariamente la veda de modo de que acabemos de una vez y para siempre con los privilegios e inmunidades que convierten la constitucional igualdad universal ante la Ley en agua de borrajas.

Y eso, por supuesto, les incluye también a ellos, a la casta judicial.

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"De la red"


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