Los Despachos.

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jueves, 21 de noviembre de 2013

La Educación Espartana, Los ojos de Hipatia

No ha habido ningún pueblo antiguo como aquel conocido bajo el nombre de Lacedemonia, o nombrado más comúnmente, Esparta. Grandes y notables fueron sus diferencias con sus coetáneos que les caracterizaron de una forma singular, y gracias a estas diferencias se les alabó y recordó por el paso de la historia.

Un punto de esta conocida sociedad, el cual siempre se trata y estudia con incredulidad, a la par que con curiosidad, hace referencia a la educación del joven espartano, implantada por Licurgo. No hay que deshumanizar esta educación puesto que en ella no se buscaba la crueldad contra el ser humano. El espartano era educado desde su más tierna infancia para formar parte del Estado; y si éste lo necesitara  para la batalla, el espartano luchará hasta morir. Con ello, se anulaba la voluntad individual en pro del conjunto de la sociedad, se era parte de una colectividad, y para formar parte de esta, el recién nacido tendría que ser declarado apto, luego, reunir unos requisitos para no ser rechazado por la sociedad, y así en un futuro formar parte de los hoinoioi, los hombres libres.

Tras su nacimiento y a los pocos días de vida, el recién nacido era sometido a un examen minucioso por un grupo de ancianos espartanos. Se llevaba al bebé en cuestión ante este grupo, el cual se encargaba de observar si el bebé poseía alguna discapacidad o enfermedad que alternase su modus vivendi. Todo aquel bebé, ya fuese del sexo femenino o masculino que no pasase tal minucioso examen, era desechado y condenado a morir. Respecto al fin de estos niños, existen diversas hipótesis; hay quienes alegan que eran arrojados por un acantilado del Monte Teigeto mientras que otros apuntan al abandono del bebé en este monte para que el frío o algún animal acabara con su vida. Por otra parte, aquel que era considerado apto por los ancianos, sería devuelto al hogar, aunque según Indro Montanelli, antes de volver a los brazos de su madre debían pasar una noche a la intemperie, “sólo aquellos que sobrevivían a las inclemencias del tiempo volverían al calor del hogar”.

Las madres espartanas no se caracterizaban por malcriar o mimar a sus descendientes. Al bebé no se le ponía pañal y, se les daba de comer lo que hubiera, así evitaban que su paladar se volviera “delicado”. Se les bañaban en vino porque pensaban que aquella criatura enfermiza o epiléptica moriría con el tratamiento mientras que la sana se fortalecería. Se les dejaban a oscuras para que perdieran todo miedo a la oscuridad, e incluso, se les dejaban solas para que se acostumbraran a valerse por sí mismos, consiguiendo hacer del niño un ser autosuficiente. Todas estas prácticas fueron recogidas por  Plutarco, que las describían de la siguiente forma: “procurando hacerlos liberales en sus miembros y su figura; fáciles y no melindrosos para ser alimentado: imperturbales en las tinieblas; sin miedo en la soledad, y no incómodos y fastidiosis con sus lloros”.

Al cumplir los 7 años, los varones eran separados de sus madres y, se iniciaban así  esa estricta educación. Aunque las niñas se quedaran en casa y no fueran reclamadas por el Estado, esto no significan que careciesen de educación. La mujer espartana era educada de forma totalmente diferente a la mujer ateniense, ya que era educada para ser independiente del varón,  saber llevar la economía de un hogar, y además, ejercitaba su físico para poder engendrar a futuros guerreros espartanos.


Como hemos dicho, los niños eran extraídos del hogar protector y reclamados por el Estado, iniciando así su agogé, educación o adiestramiento militar. A los niños se les distribuían en grupos, se les cortaba el pelo al cero, se les daba una única túnica la cual sería su ropa durante todo un año sin diferenciar las estaciones del año y el frío o el calor que hacían, dormían en barracones con otros niños de su edad y se hacían las camas de las hierbas que cogían con sus propias manos de la orilla del río Eurotas, río de aguas gélidas en el cual se lavaban. 

 Su rutina diaria era la de hacer ejercicios para desarrollar su cuerpo, recibir palizas para doblegar su espíritu rebelde y así conseguir que fueran inmunes al dolor y al sufrimiento. Como jefe tenían un niño mayor que ellos que hacían las funciones de cabo, al cual respetaban, obedecían y además sufrían sus duros castigos.

A los 12 años pasaban a ser efebos, y era cuando empezaban la verdadera incursión en su educación, puesto que a medida que cumplían años, los requisitos y las pruebas eran más duras. La comida era escasa así que se las tenían que ingeniar para poder comer, eso significaban que tendrían que robar para poder alimentarse. Pero el robo no estaba exento del castigo, si cogían al niño robando eran apaleados no por el hecho de robar, sino por haber sido descubiertos. De este suceso nos ha llegado una historia o leyenda la cual nos narra que hubo una vez un niño que puso en práctica esta educación hasta límites insospechables, según Plutarco: “se cuenta que uno que hurtó un zorrillo y lo ocultó debajo de la ropa, y despedazándole este el vientre con las uñas y con los dientes aguantó y se dejó morir por no ser descubierto”. Además, tenían que realizar incursiones a las zonas donde habitaban los ilotas, y tenían que  controlar e incluso ejecutar a parte de esa población para seguir manteniendo su número de habitantes controlados y subyugados bajo el yugo del pueblo espartano, y así, de paso fomentaban la inclusión del individuo en la comunidad del soldado espartano en la cual dormían, comían, luchaban, sangraban y morían juntos, intentando conseguir ese espíritu de camarería y cohesión que posteriormente necesitarían en la falange. 

Durante estos 13 años de educación, los niños eran controlados tanto por el cabo, como por los ancianos que los observaban jugar, los incitaban a luchar entre sí, y de paso haciéndoles aprender de una forma extrema a mirar, observar, aprender, aguantar, apretar los dientes, resistir y callarse la boca. Pero aparte aprendían lo básico del mundo de las letras, ya que los espartanos tenían prohibido el trabajar tanto en la agricultura, como en el comercio, ellos estaban preparados para la guerra.

Una celebración un tanto peculiar se realizaba cuando tenían 18 años. En el altar de Ártemis Ortia, se celebrara una ceremonia ritual en la cual, delante de la sacerdotisa los adolescentes eran flagelados hasta hacerles sangrar teniendo que soportar el dolor, y no sólo eso, tenían que poner buena cara y no demostrar su sufrimiento a los allí presentes.

A partir de los 20 años, eran considerados hombres. Su dura educación había terminado y ya formaban parte del ejército lacedemonio. Pero eso no significaba que estuvieran exentos de la vigilancia y el control de los ancianos, ya que ellos tenían que verificar que de ellos se habían obtenido los resultados deseados. Con el fin de la agogé, pasaban a formar parte del ejército, y adoptaban el look espartano (túnica, barba sin bigote y el cabello largo el cual antes de una batalla cuidaban y peinaban). Era en esta etapa cuando entraba a formar parte de la syssitia (mesa comunal de guerreros), pero antes se tenía que realizar una votación en la cual todos los allí presentes aceptaban al nuevo miembro, un solo voto negativo le prohibiría el estar en los grupos de batallones que componían esas mesas e incluso arrebatarle la ciudadanía. Cabe destacar, que la asistencia a estos banquetes era obligatoria para todos; sólo por temas religiosos o militares podían faltar a ellas, y aquel que faltara por otro motivo era multado.

Ha llegado hasta nosotros la historia de que las madres, e incluso las esposas, acompañaban a sus hijos y maridos cuando partían a la guerra hasta un cierto punto. Cuando se iban a despedir eran ellas quienes les entregaban el escudo, elemento importante para ellos en la guerra gracias al cual soportaban el ataque del enemigo, se protegían de este y protegían a su compañero de la batalla; éstas les despedían diciendo que cuando volvieran de la guerra, que lo hicieran con su escudo o sobre él. Otra historia de su curtido carácter y devoción al Estado que nos ha llegado era una en la cual nos dice que una madre espartana vió partir a sus hijos a la guerra. Estuvo esperando a recibir noticias de la contienda y al cabo de n tiempo empezó a llegar guerreros. Paró a los primeros que vinieron y les preguntó por la batalla, éstos incómodos por la pregunta le dieron la nefasta noticia de que sus hijos habían muerto en ella, y la mujer enfadada les reprochó que ella no había preguntado por el fin de sus hijos, sino por el resultado de la batalla.

El fin de todo este proceso llegaba a la edad de 30 años, cuando por fin los hombres espartanos eran considerados ciudadanos de pleno derecho. Esto significaba que podían decidir en una asamblea, eran aptos para adoptar cargos políticos y militares y además, estaban obligados a casarse con una mujer espartana, puesto que la procreación en Esparta era una cuestión estatal y una obligación para ellos.

Tal y como hemos dicho y narrado, el pueblo lacedemonio era una sociedad peculiar. Fueron la élite guerrera de su época, puesto que eran unas verdaderas “máquinas de matar” preparadas desde su más tierna infancia, no con el fin de disfrutar con la muerte y la sangre, sino para defender su patria, estado y modo de vida en una época difícil para el ser humano. No se les puede tachar de crueles ni sádicos puesto que todo esto no lo realizaban por placer sino con el mero hecho de conseguir unos hombres que fueran capaces de lidiar con una vida dura, y la prueba de que no fueron insensibles a la belleza y a las artes, es que Esparta produjo una notable cantidad de poetas, escultores y arquitectos, sin contar, que las mujeres espartanas fueron adoradas, respetadas y amadas por sus hijos, los cuales nunca tuvieron rencor hacia ellas ni hacia la agogé.

Bibliografía:

Vidas paralelas. Plutarco. Editado por elaleph.com
Los espartanos, Denes Martos. Editorial La edición virtual.
Historia de los Griegos, Indro Montanelli. Editorial Planeta S.A.
Espartanos, guerreros del Peloponeso,  Antonio Aguilar Barajas. Revista Clases historia. Publicación digital de Historia y Ciencias Sociales.

Por Heminia Medina

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