Los Despachos.

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domingo, 16 de marzo de 2014

Homenaje a las víctimas de la “desbandá”


Francisco Vigueras Roldán
Asociación Granadina Verdad, Justicia y Reparación

      Un año más, nos ponemos en marcha por la carretera de la costa, desde Málaga hasta Almería, para rendir homenaje a las víctimas de la desbandá, uno de los episodios más dramáticos de la Guerra Civil que está recuperando la Dirección General de Memoria Democrática, con la colaboración de los colectivos memorialistas. Se calcula que en los bombardeos perdieron la vida de 3.000 a 5.000 personas, que por fin, 77 años después de aquel crimen contra la humanidad, han sido dignamente enterradas en un mausoleo del cementerio de San Rafael, en Málaga. Sin embargo, resulta inaceptable que un criminal de guerra como el general Gonzalo Queipo de Llano, instigador de la masacre, siga enterrado con honores en la Basílica de la Macarena

      Todavía se recuerda la infame soflama del general golpista desde Radio Sevilla, en febrero de 1937, que provocó la “desbandá” y ha pasado a la historia como ejemplo de terror radiofónico: “Nuestros valientes Legionarios y Regulares –vociferaba por el micrófono- han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombre de verdad. Y, a la vez, a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora, por lo menos, sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen o pataleen”. 

      La guerra psicológica del general desató tal pánico colectivo en Málaga, a punto de ser tomada por los franquistas, que más de 100.000 personas se lanzaron con lo puesto a la carretera por temor a las represalias que anunciaba por radio. Las amenazas de Queipo se confirmaron cuando las personas que huían de Archidona, Antequera y Ronda, ya en poder de los sublevados, llegaban a la capital malagueña con noticias aterradoras sobre saqueos, asesinatos y violaciones por parte del Tercio de regulares.

      Pero el general golpista no se conformó con jalear las represalias, se ensañó también con la población civil que abandonaba Málaga por la carretera de la costa. Cuando era bombardeada desde los buques franquistas, con el apoyo de la aviación nazí, Queipo de Llano se permitió bromear: “Grandes masas huían a todo correr hacia Motril. Para acompañarles en su huida y hacerles correr más aprisa, enviamos a nuestra aviación, que los bombardeó”.  

       El diario británico The Manchester Guardian informó así sobre aquel dramático éxodo: “Pronto se convirtió en una sangrienta realidad. El camino se tornó en un infierno bombardeado por los barcos fascistas españoles y los aviones alemanes e italianos. Pronto el camino quedó cubierto de muerte. Se fueron abandonando enseres y bultos, y cuando la comida empezó a faltar, la marea de refugiados arrasó los campos de caña de azúcar. Los pueblos por los que pasaban se negaban a ayudarlos temerosos de futuras represalias. Muchos de ellos murieron en las cunetas…”.

       Disponemos también del testimonio de Arthur Koestler, corresponsal del Daily Worker, que nos dice: “El río de refugiados se dirige a una trampa mortal. La carretera está todavía abierta, pero bajo el fuego de los barcos de guerra y de los aviones que ametrallan a los refugiados”. Y el investigador Adolfo Sánchez Vázquez describe cómo el sufrimiento hizo enloquecer a muchas personas: “Como fantasmas en la noche última se arrastran los cuerpos con los pies sangrando, los pulmones secos y las bocas jadeantes, aunque también hay algunos que avanzan como autómatas, pronunciando palabras incoherentes, ya fuera del reino de la cordura”. 

       Aunque el relato más desgarrador es del médico canadiense Norman Bethune, que nos dejó un documento gráfico escalofriante. Apenas conoció la noticia, viajó con su ambulancia desde Almería a Málaga para socorrer a los refugiados. Bethune anotó en su diario: “Yacían hambrientos en los campos, atenazados, moviéndose solamente para mordisquear alguna hierba. Sedientos, descansando sobre las rocas o vagando temblorosos sin rumbo. Los muertos estaban esparcidos entre los enfermos con los ojos abiertos al Sol”. Norman Bethune tiene ya una merecida placa en el Peñón del Cuervo, que recuerda el comportamiento heroico de este médico canadiense que socorrió a las víctimas de la “desbandá.

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