El
martes 3 de agosto de 1937, hacia las ocho y media de la tarde, en la
parte de la iglesia de los Capuchinos de Palma de Mallorca habilitada
como Prisión Provisional, un preso pendiente de ser juzgado en consejo
de guerra intentó suicidarse cortándose las venas con una hoja de
afeitar. Es del todo anómalo que los presos dispongan de objetos con los
que puedan autolesionarse. Pero en este caso, como el barbero del
presidio estaba desbordado de trabajo por la superpoblación de la
cárcel, se había permitido que los presos se afeitasen ellos mismos. Con
urgencia el médico se trasladó a la enfermería. Ya eran las nueve. En
la cama, en posición de cubito supino, el suicida se desangraba. Taponó
la herida como pudo y, cuando el doctor comprobó quien era, comprendió:
aquel hombre en quien venía descubriendo evidentes señales de
perturbación mental. Y no era un preso cualquiera: era el Gobernador
Civil de Mallorca cuando estalló la Guerra Civil. Tenía cuarenta y seis
años. Se llamaba Antonio Espina.
Antonio
Espina, más que político, era un escritor. Como es bien sabido había
sido uno de los grandes nombres de la vanguardia prosista española, uno
de los satélites más brillantes que habían orbitado entorno al planeta
de modernización que fue la Revista de Occidente de Ortega y Gasset.
Primero poeta y luego novelista adscrito a una moderada deshumanización
del arte, articulista y crítico literario, Espina quizá haya sido el
mejor biógrafo de nuestra exigua tradición de escritura de vidas ajenas.
Más escritor que político, decía, pero político también. Aceptó el
puesto de gobernador civil de Mallorca, dejando el de Ávila, tal vez
porque le habían prometido que su estancia en la isla sería tranquila.
Sucedió exactamente lo contrario. Liberal, militante de la Izquierda
Republicana de Manuel Azaña, tomó posesión del nuevo cargo el 9 de julio
de 1936. Fue leal al gobierno legítimo. Al cabo de tan sólo diez días,
siguiendo órdenes del golpista general Goded –quien declaró el estado de
guerra en las Baleares y en menos de un mes sería fusilado en
Barcelona-, Espina fue detenido. Aunque el general pidió por escrito que
se respetase tanto a Espina como a su mujer y sus hijos, estos fueron
tratados como unos parias.
El
purgatorio de Espina, dramático, lo acaba de reconstruir con precisión
Josep Massot i Muntaner –el historiador que mejor conoce el desarrollo
de la Guerra Civil en sus Baleares- en un librito tristísimo titulado El
calvari d’Antonio Espina i de Guillermo Roldón. Mallorca, 1936-1940. El
caso no era desconocido. Andrés Trapiello, para empezar por el clásico,
lo perfiló en Las armas y las letras, pero ahora el erudito Massot ha
tenido acceso al dossier del Archivo de Justicia Militar de Palma donde
se conserva la documentación de la causa 18 de 1937 (un dossier donde
incluso, recubierta de papel y enganchada con un clip oxidado, se
conserva la hoja de afeitar) y así podemos conocer, por fin y con
detalle, el episodio completo. Se aclara, por ejemplo, el intento
fallido de canje en el que estuvieron comprometidos el presidente Azaña y
diplomáticos británicos. Durante cuatro días del mes de diciembre de
1936, en un camarote del crucero Galatea frente al puerto de Barcelona,
Espina esperó que se hiciese efectivo su canje por el hijo del general
Goded. Parece que los anarquistas de la FAI no aceptaron el canje. El
Galatea volvió a Mallorca. En el mes de enero de 1937 su situación
mental empezó a ser preocupante. “Se le aprecia un estado histérico
acompañado de gran miedo y temor que le hace sentirse enfermedades que
no existen o que simulando estados psíquicos anormales intenta conseguir
ser hospitalizado”. Mientras se iba acumulando información depuradora
contra él y se le tomó declaración en más de una ocasión. El día 17 de
junio le fue notificado su auto de procesamiento. Se le acusaba de haber
cometido el delito de auxilio para cometer la rebelión, es decir,
trastocando toda lógica, se le acusaba, en realidad, de haber tratado de
impedir la insurrección militar. Quince días después se cortó las
venas.
Espina
sobrevivió al intento de acabar con su vida. De la cárcel lo
trasladaron a un manicomio donde su estado, entre otros, fue evaluado
por el psiquiatra y novelista Llorenç Villalonga. Deberían pasar meses,
años, para su Consejo de Guerra, celebrado, finalmente, el 6 de junio de
1940. Fue absuelto. No sé cuando volvió a Madrid, donde sobrevivió como
un enterrado en vida. Escribía con pseudónimo y publicó algunos libros
en colecciones de quiosco. En los días de mayor vigencia del modelo
cultural del fascismo español, publicó una biografía de Cervantes. El
librito, apenas 168 páginas, apareció en el último cuatrimestre de 1943
en la colección “Vidas” de la editorial Atlas creada aquel año. La
colección la dirigía el periodista Joaquín Arrarás, organizador del
Servicio de Prensa y Propaganda en los primeros meses de la guerra,
director de la Historia de la Cruzada Española y autor de la primera
biografía de Franco. Según el programa editorial debían aparecer dos
títulos al mes, pero entre 1943 y 1945 tan sólo vieron la luz
diecisiete. Los libros valían cinco pesetas y su extensión oscilaba
entre las ciento cincuenta y las doscientas páginas. En la cubierta
aparecía el rostro del biografiado dibujado dentro de un medallón y el
nombre del biógrafo únicamente aparecía ¡en la página 5!
El
Cervantes de Espina no se ha reeditado. Cuando se publicó un
jovencísimo Nèstor Luján, en el semanario Destino, afirmó que «estamos
hoy ante la más delicada biografía de Cervantes y la más difícil de
escribir: sin erudición, señalando con palabras pincel detalles de un
gran retablo». Es un libro modesto en el mejor sentido de la palabra. Y
hoy, más que nunca, me emociona releer este pasaje en el que Espina
describe el estado de espíritu del Cervantes cautivo.
El
desdichado se sintió desfallecer muchas veces. La tortura física y el
sufrimiento moral de los primeros días y semanas en una prisión son para
el recluso tan abrumadores que en el mismo exceso de sensaciones
encuentra el único alivio posible. La sensibilidad acaba por agotarse y
entonces descansa. Luego empiezan a funcionar poco a poco esos resortes
oscuros de adaptación psíquica que ignoramos en la vida normal y que
cuando se cae en lo extraordinario condicionan el individuo a la
situación; por último, al cabo de cierto tiempo, un proceso ascendente
de dominio interior y de esperanzas proporciona los medios
indispensables de defensa y aguante. Cierto que si la prueba es muy
larga y el individuo es débil los recursos protectores de la naturaleza
fallan. Entonces el prisionero sucumbe.
En 1943, a través de Cervantes, en el más absoluto exilio interior, Antonio Espina pudo relatar su calvario.
Visto en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario