Artículo publicado por Vicenç Navarro en la revista digital SISTEMA, 24 de mayo de 2013
Este artículo analiza las causas
del declive electoral y popular del Partido Socialista Obrero Español
que se basa en la continuidad en el equipo de dirección de tal partido
de personas del gobierno socialista anterior, responsable de las
políticas altamente impopulares de austeridad y recortes. El artículo
indica que la continuidad de este equipo es responsable del continuo
declive de tal partido.
El apoyo popular al PSOE ha decaído de
una manera muy notable. Y continúa decayendo. Uno esperaría, por lo
tanto, una reflexión colectiva dentro del Partido para encontrar las
causas de este declive y poder tomar decisiones que permitan resolver el
problema. En realidad, las causas del declive no son difíciles de
encontrar. Se me dirá que son muchas las causas y que no siempre son
fáciles de ver. Así se me ha dicho en repetidas ocasiones. Sí, es
cierto, no es sólo una causa la que explica que el PSOE esté
descendiendo, pero hay causas que son muy fáciles de ver, pues su
importancia ha sido clave para explicar el descenso. Y estas causas son
las políticas públicas de austeridad, que significaron un giro muy
notable de las políticas sociales, con grandes recortes en las
transferencias y servicios públicos del Estado del Bienestar. Estas
políticas respondieron a la incorporación en el ideario del PSOE del
pensamiento liberal centrado en su equipo económico y que impuso unas
decisiones fiscales, laborales y sociales que tuvieron un coste
electoral elevadísimo. En realidad, los gobiernos Zapatero estaban
saturados de economistas de conocida inclinación liberal (Pedro Solbes,
Jordi Sevilla, Miguel Sebastián, David Taguas, Elena Salgado…) que
habían expresado todos ellos su satisfacción de haber colocado a España
como la discípula aventajada de la escuela liberal (en realidad
neoliberal) que dominaba la gobernanza de la Unión Europea. La única
diferencia entre ellos era el grado de neoliberalismo (ver mi crítica
del pensamiento económico dominante en el gobierno Zapatero en mi libro
El subdesarrollo social de España. Causas y consecuencias. Editorial
Anagrama. 2006). Esta realidad era conocida (y fue denunciada, en
ocasiones, por los sindicatos) y sujeto de protesta (a muy baja voz) por
parte de las izquierdas dentro del PSOE. La máxima expresión de este
neoliberalismo en el gobierno Zapatero fue el cambio de la Constitución,
hecho en cuestión de días, que obligaba al Estado a tener un déficit
casi cero (lo cual condena a España a continuar a la cola de la Europa
Social).
Como era de esperar,
estas políticas se presentaron como las únicas posibles, argumento poco
creíble a la luz de los datos. El gobierno Zapatero congeló las
pensiones intentando ahorrar 1.200 millones de euros. En realidad,
podría haber conseguido incluso más manteniendo el Impuesto de
Patrimonio (2.100 millones de euros), o anulando las rebajas en el
Impuesto de Sucesiones (2.552 millones de euros) o revirtiendo la bajada
de impuestos a las rentas superiores que había ocurrido como una
consecuencia de las rebajas de impuestos del 2006 (2.500 millones de
euros) siguiendo el eslogan promovido por el Sr. Zapatero de que “bajar
los impuestos es ser de izquierdas”. Había alternativas, tal como
documentamos Juan Torres, Alberto Garzón y yo en el libro Hay
alternativas: Propuestas para crear empleo y bienestar social en España.
Editorial Sequitur. 2011.
Pero la máxima expresión de este
liberalismo fue el cambio de la Constitución, escribiendo en piedra que
el máximo deber del Estado era pagar la deuda pública, forzando, también
al escribirlo en piedra, unos recortes de gasto que imposibilitan que
España y sus CCAA puedan corregir el enorme retraso de gasto público
social que nuestro país tiene. Treinta y cinco años después de iniciarse
la democracia, España tiene el gasto público social por habitante más
bajo de la UE-15 (junto con Portugal).
Es cierto que este gasto subió
durante el gobierno Zapatero. Pero el retraso era tan grande que nunca
se llegó a alcanzar el nivel que nos corresponde por el nivel de
desarrollo económico. El PIB por habitante en España era en 2007, al
inicio de la crisis, el 94% del promedio de la UE-15, mientras que su
gasto social era solo el 74%. En otras palabras, España se gastaba en su
Estado del Bienestar 66.000 millones de euros menos de lo que tendría
que haberse gastado. Y la respuesta a la crisis por parte del gobierno
Zapatero empeoró todavía más el retraso social. El hecho de que el
gobierno Rajoy lo esté perjudicando incluso mucho más (con un ataque
frontal a los servicios públicos del Estado del Bienestar) no excusa las
políticas liberales del equipo económico del gobierno Zapatero que
iniciaron estas políticas. Y lo que es sorprendente es la falta de
crítica dentro del PSOE hacia ellos.
El silencio como respuesta
Fue un indicador más
del presidencialismo dominante en el PSOE que nadie (repito nadie,
dentro de la dirección del PSOE o incluso ninguna figura relevante del
partido) protestara públicamente del cambio constitucional, continuando
un silencio ensordecedor que había caracterizado la cultura de aquel
partido ante las políticas de austeridad impuestas (este término es
adecuado, pues no estaban en su programa electoral) por el gobierno
Zapatero. La persona clave en la imposición de estas políticas fue el
vicepresidente del Gobierno Rubalcaba, el hombre del aparato que era el
que debía dirigir las políticas decididas por el gobierno. La única
personalidad socialista con renombre que criticó estas políticas,
incluyendo la reforma de la Constitución, fue Josep Borrell, que indicó
que él habría votado en contra del cambio de la Constitución.
No fue, pues,
sorprendente que el PSOE sufriera la mayor derrota que haya sufrido
durante la época democrática. Uno hubiera esperado cambios notables en
la dirección y orientación del partido. La mayor sorpresa, sin embargo,
fue que Rubalcaba fuera elegido el nuevo dirigente del Partido, decisión
que hizo muy vulnerable al partido, pues cualquier propuesta de cambio
que Rubalcaba hiciera era fácilmente rebatida por el PP, señalando que
si creía en lo que proponía, ¿por qué no lo había hecho cuando
gobernaba? La ausencia de autocrítica y, en su lugar, la sensación de
continuidad en el liderazgo (tras el enorme rechazo que su electorado
hizo de la Administración Zapatero) explica su continuo declive.
Frente a esta
continuidad, percibida negativamente, se añadió otra característica que
deterioró todavía más la imagen del continuismo. Fue la de excluir
contundentemente a los seguidores de la otra candidata, Carme Chacón,
también del equipo de dirección del gobierno Zapatero.
Independientemente de si era o no un intento de exclusión, el hecho es
que la exclusividad dentro de la continuidad creó la imagen, justa o
injusta, de que Rubalcaba y su equipo se aferraban al sillón a cualquier
precio, incluso al precio de la propia supervivencia del PSOE.
Parece obvio que será imposible que
el PSOE recupere el apoyo bajo la dirección de Rubalcaba. Y también, por
cierto, de cualquier figura del equipo Zapatero y de la dirección del
PSOE que permaneció en silencio durante la imposición de políticas
sumamente impopulares. El silencio en política tiene un coste. Y ahí
está el problema que tiene el PSOE. No es –como se comenta- un problema
generacional. En el PSC se ha visto que algunos jóvenes son incluso más
neoliberales que la vieja guardia. Es un problema de coherencia que es
particularmente gravoso en la cultura de los partidos progresistas. No
se puede sostener un ideario socialista y a la vez anteponer
comportamientos que contrastan y se oponen a estos valores. Y el enorme
silencio que ha existido frente a las políticas que no son socialistas
e, incluso en ocasiones, son antisocialistas, realizadas por el gobierno
Zapatero, ha debilitado su posibilidad de cambio. En realidad una de
las poquísimas voces creíbles sería la de Josep Borrell que, por su
credibilidad y coherencia, continúa siendo una de las personalidades más
populares entre las bases del PSOE. Su expresado deseo de no
presentarse de nuevo limita el número de alternativas.
Pero la solución de aquel partido no
es encontrar una nueva figura, sino abrir un enorme debate entre las
bases que redefina qué entienden por socialismo y que establezcan la
presión que garantice su futuro a través de un cambio profundo. Y ahí
tampoco hay mucho espacio para el optimismo. El PSOE, como ocurre
también con todos los partidos conscientes de su pérdida de legitimidad,
hablan retóricamente de abrirse a la sociedad. Pero la incoherencia de
este mensaje queda al descubierto cuando voces críticas (las pocas que
hay y existen) quedan marginadas en sus propios fórums y debates. Y ello
podría ser el principio del fin, lo cual sería una enorme pérdida para
todas las fuerzas progresistas en España. Es positivo que los partidos a
la izquierda del PSOE estén subiendo de simpatía y apoyo popular
(debido en parte al descenso de popularidad del PSOE). Pero sería
negativo para todas las izquierdas que tal partido colapsara y que ello
se tradujera en una enorme abstención.
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