Los Despachos.

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domingo, 26 de mayo de 2013

Es fácil hacer pan, si lo intentas, de "Sparta para Spartanas y Spartanos"

Harina, levadura, agua, sal y perseverar un poco. No hace falta más para que salga de nuestro horno doméstico una barra de pan recién hecho.

Hay jazz fusión y cocina fusión. En cambio, la cocina-jazz no está aceptada como categoría. Claro que si la deconstrucción es una genialidad artística... Todo se andará. Por cocina-jazz nos referimos a aplicar la improvisación y una extraña confianza en la inspiración ante los fogones. Con los conceptos básicos muy claros y algo de suerte, cocinar -aún sin mucha maña- se puede convertir en una actividad de los más reconfortante. Si no se acierta a la primera, solo hay que volver a intentarlo. De paso entrenará la perseverancia, cualidad de inestimable valor en los tiempos que corren.

Lo mejor de esta óptica es que por complicado que le digan a uno que es determinada preparación, nada le desanima. ¿Qué es lo peor que puede pasar? Nada que no se solucione con tener a a mano el teléfono de la bocatería del pueblo. Eso sí, las pruebas con gaseosa, así que si se anima a intentar este método de conseguir con muy poco esfuerzo un buen pan casero, al menos la primera vez, pase primero por la tahona y compre una barra. Pero hacerlo es fácil, si lo intentas, que diría John Lennon en Imagine.

La improvisación tiene mucho de instinto y para que este se agudice, lo mejor es simplificar las cosas al máximo. ¿Qué es un pan? Harina, levadura, sal y agua. El resto es artificio. No se reprima y añada lo que le apetezca, pero son esos cuatro elementos de los que depende el éxito o el fracaso.

La dirán que hay que disolver la levadura de panadería en agua tibia, a no más de 40 grados, y amasar la harina con cariño, fermentar en dos ocasiones la masa y cortar y luego un logaritmo neperiano de Pi y la derivada de... Sí. Es cierto. Con todo eso le sale un pan maravilloso, pero ¿compensa? Pruebe la siguiente receta, prepárela sin tomárselo muy en serio y quizá ya nadie vuelva a hacer bromas sobre su cocina.

La levadura de panadería es fácil de conseguir hoy en día. Se pide en la tienda en la que compra el pan y seguro que le traen una de esas piedras marrones que sus hijos adolescentes confundirían con otra cosa. Lo malo es que huele fatal. No quitará la peste de sus manos. Así que puestos a facilitar las cosas, compre la levadura seca que venden en los supermercados. Por 1,95 euros le dan cinco sobrecitos metidos en una cajita de cartón. Limpio y sencillo. La encontrará en la zona de repostería. No la confunda con la que se usa para que suban los bizcochos. Nada de Royal.

La harina, mejor si usa una 'de fuerza'. En la etiqueta pondrá 'especial para pan'. Por un eurito, un kilo. Más barato imposible.

El agua, del grifo. Que la cosa está muy mala. Si la quiere calentar un poco.... Es postureo.

La sal al gusto. Es lo más difícil de todo esto, pero por norma se considera que unos 10 gramos. Encontrará diferentes proporciones según el obrador y el artesano respecto a la harina y el agua, pero lo oficial es poner 6 partes de agua por cada 10 de harina.

Entrando en materia

Una vez logrados los ingredientes y solo queda interpretar la melodía. Sin partitura, amigos, esto es puro jazz. Mezcle un poco de la harina con la levadura en un bol y dele vueltas con una cuchara de palo. Añada la sal. Más vueltas. Eche el agua. Más giros. Se hará una sopa muy poco atractiva. Con tan poco cereal molido casi se disolverá. Tranquilo. Deje que repose un poco y que coja aire. Baje, por ejemplo, al trastero a elegir el vino con el que acompañará la comida.

Llega el momento de amasar. Vaya añadiendo el resto de la harina y siga removiendo. Si lo hace con la cuchara mientras todavía es líquido evitará pringarse mucho las manos. Se las ha lavado, ¿verdad? La mezcla irá admitiendo la harina y empezará a convertirse en una pelota esponjosa, muy blanda que podrá manipular sin hacer fuerza. Usa ya las manos. Más harina y masajee. Hacia fuera, hacia dentro, doble y estire. Hasta que le le guste la textura. Hasta que la masa no pida más harina. Tápelo con un trapo y déjelo crecer en la encimera. Si tiene el lavavajillas en marcha, póngalo encima. El calorcito se agradece.

En media hora -puede estar lo que le apetezca- habrá doblado su tamaño. Si le importa la imagen, dele forma. No es necesario. Puede tirarlo sin miramientos sobre un papel de hornear y tumbarlo en la rejilla del electrodoméstico sin más. El aparato estará precalentado a 200 grados. Espere a que se cueza. Los sabios hablan de 40 minutos. Con 20-25, vale. Pero, como todo, es para gustos. Esto no es alta cocina. Puede que no sea ni cocina. Cocina a lo Rambo. Pura supervivencia.

elcorreo.com

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