Los Despachos.

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miércoles, 1 de mayo de 2013

Escraches, nazismo y arqueología

Escrito por: Eduardo Montagut Contreras el 01 May 2013

Últimamente varios políticos han recurrido a analogías desafortunadas para describir (y estigmatizar) los escraches contra los desahucios. Según esos políticos, los escraches son una típica maniobra de presión totalitaria, fascista o directamente nazi. 

Como este blog lo hacemos arqueólogos interesados en el conflicto contemporáneo, no está de más reflexionar sobre los orígenes de este fenómeno. Esta reflexión viene a ser una forma de arqueología (una búsqueda genealógica) de un conflicto muy contemporáneo. 
 
En general, se suele apuntar a Argentina y a un momento reciente (mediados de los años 90 del pasado siglo) para situar el surgimiento del escrache. Sin embargo, actividades políticas muy semejantes se venían practicando en Europa desde bastante antes. El proto-escrache (por utilizar terminología arqueológica) está, efectivamente, relacionado con el nazismo. Pero no: no lo inventaron los nazis. Más bien al contrario. 
 
A partir de mediados de los años 60, muchos activistas y ciudadanos alemanes, cansados del silencio que se había impuesto sobre el lado más siniestro de su historia, decidieron pasar a la acción y poner al descubierto (atención a la metáfora arqueológica) el pasado fascista de aquellos que colaboraron activamente con el régimen de Hitler. En algunos casos, guardias de campos de concentración y militares de las SS habían conseguido encontrar el anonimato y vivían tranquilamente en Alemania. En otros casos, no solo no habían encontrado el anonimato sino que ni siquiera lo habían buscado: ocupaban cargos prominentes en la administración o habían sido elegidos democráticamente por sus conciudadanos (bien porque estos ignoraban su pasado criminal, bien porque no les importaba lo más mínimo).
 
La actuación de estos activistas consistía en acudir a manifestarse a casa de estos individuos (recordemos: algunos elegidos democráticamente) para llamar la atención sobre sus actuaciones, ponerlos en evidencia delante de la sociedad y forzar su procesamiento, cosa que lograron en más de una ocasión.
 
Estos escraches coinciden cronológicamente con otras actividades guiadas por el mismo espíritu. Muchos colectivos comenzaron entonces a estudiar la microhistoria del fascismo en sus barrios, sus pueblos y sus Länder: no solo la historia de los criminales, sino también de los resistentes y de las víctimas. En el fondo se trataba de una historia muy arqueológica, preocupada por los lugares, los elementos materiales y las trazas del pasado en el presente. 
 
Los activistas germanos marcaban las casas de los nazis ocultos con panfletos y pintadas, pero también colocaban carteles en edificios, calles y plazas en los cuales se daba a conocer el pasado siniestro de estos espacios– como lugares de ejecución o tortura, como centros de administración del nazismo o como puntos de deportación de judíos. Organizaban rutas por la otra historia de ciudades como Berlín o Hamburgo, en las que en vez de los monumentos convencionales, se seguían las trazas de otra historia más incómoda y más terrible (aquí podéis ver un ejemplo semejante realizado en Santiago de Compostela y otro en la Ciudad Universitaria de Madrid).
 
Gracias a estas actividades, se consiguió transformar sitios de horror olvidados, en sitios de memoria capitales por su función didáctica y memorial. Este fue el caso particularmente de los campos de concentración. La mayor parte de los que hoy en día se pueden visitar como museos son el resultado de la presión social desarrollada entre 1965 y 1980. 
 
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